Al fin de cuentas nada terminó siendo lo que parecía. Tantas conjeturas viciosas que se dieron por muertas, para dejar que el pesar no nos carcoma.
Sabía que eras especial, por eso te elegí. Conocia tu bondad, por eso me entregué. Me llenaba tu verdad, por eso, apasionadamente, te amé.
El tiempo nos voló la cabeza, nuestras palabras comenzaron a ablandarse, los estupidos egos se adueñaron de un papel que no les correspondía: el principal. Siempre el ego destruye; aliado con el orgullo cínico se convierte en un enemigo infalible. Un perfecto rival interno, capaz de alterar hasta los más puros sentimientos. Es el maquinista de pensamientos perseguidos, el dolor de la autoestima y el amor.
Perdón por no confiar, por haber dejado de ver el trasfondo de lo real, por juzgar tus actitudes con enfermizas sensaciones.
Me marché con la congoja de haber matado. Huí despavorido para no morir malherido. Tarde caímos en la cuenta que lo vivo seguía siendo vivo, que no existian moribundos ni fallecidos, solo erramos cuando enterramos lo que antes era compartido.
Es duro aceptar que malas lenguas pusieran un cierre a algo tan abierto. Fuimos perfectos, pero también ingenuos. Sabíamos que juntos eramos cielo, pero no tuvimos el ahínco de aferrarnos en el infierno.
Prometí hacerte felíz y fue tan facil, puesto que solo era la consecuencia de aprisionarme a tu presencia; a tu vida. Juré que jamas volverías a sufrir y fallé. Hoy tu desvelo por dolor es inconmensurable, ya ni lágrimas quedaron y alli estás firme, animicamente lastimada pero en la lucha de lo que crees tuyo, con la fuerza que siempre me hiciste admirar.
Vivo en la culpa de tu desdicha, con una opresión en el pecho que me consume día a día. Se lo que es sufrir por amar y cuanto duele. Se lo que es pensar por amar, y cuanto cansa. Se lo que es llorar por amar, y cuan poco desahoga. Se lo que es esperar por amar y lo minimo que esperanza. Se lo que es soñar por amar, y lo escaso que ilusiona.
Solo deseo que la vida y el tiempo te hagan feliz, porque a la larga las espinas seran de seda. Las desconfianzas fueron desechas y las verdades que dejamos de encontrar, nos mostraron que nunca dejaron de ser lo que eran: verdades.
No te perdono, ya que comprendo que nunca fallaste. Solo erramos. Equivocamos la manera de confiarnos como creímos haber aprendido.
Este es el punto final, parte del recuerdo y la experiencia. La historia concluyó. Nos sinceramos para descarnizar los clavos que causaban tanto tormento y pena. Tú también lo sabes, esa charla fue la última... La última página de nuestro cuento.